Ingenuidad, arrogancia e ironía

Tenéis sólo 6 años. No podéis comprender el alcance de lo que os espera, y tal vez sea mejor así. La ingenuidad de la niñez pronto se verá sustituida por la arrogancia de la juventud, tan peligrosa como necesaria. Peligrosa porque induce una seguridad en el propio conocimiento que es totalmente falsa; necesaria porque obliga a una acción imprescindible para fallar, aprender y alcanzar la humildad que caracteriza a la madurez sabia.

Algunos gurús empresariales dicen que el fracaso está sobrevalorado, impugnando uno de los pocos lugares comunes con los que sí estoy de acuerdo: que el fracaso es un poderoso maestro y debemos estarle agradecido. Encontrarás abundantes sesgos en tus triunfos, porque puede que hayan dependido de coyunturas que nada tienen que ver con tus decisiones y tu personalidad. Y aunque sí hayan dependido de ellos, los éxitos son más difíciles de extrapolar que los fracasos. Los éxitos dependen (aunque no sólo, claro está) de circunstancias particulares, pero los fracasos suelen depender de circunstancias más generales, cuyo conocimiento te aportará una mayor solidez, representada por la capacidad de ironizar. Pocas personas realmente sabias desconocen el uso de la ironía como herramienta distanciadora, crítica y autocrítica, y la ironía suele ser una decantación reflexiva de los fracasos previos, masticados y transformados en una forma de abordar el mundo impregnada de melancolía, leve desesperanza y humor.

¿Quieres saber si una persona ha aprendido de sus fracasos? Escucha cómo los define. Si lo hace con desprendimiento emocional, cierto autodesprecio y, a la vez, orgulloso humor, puedes estar razonablemente seguro de que habrá aprendido de ellos. Si se exculpa, añade una carga excesiva de emocionalidad y seriedad extrema, te recomiendo que esperes a que vuelva a caer y, con suerte, a que aprenda de verdad.

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