Misticismo y ciencia (II)

Como decía en el anterior artículo, de pronto la razón encontró sus límites. El propio método científico ha definido sus incapacidades y nos obliga a replantearnos el concepto de fe, que aquí podríamos redefinir como «toda teoría no falsable que explique un hecho inexplicado». Es decir, la teoría de las supercuerdas o Dios son constructos igualmente posibles, pese a que el primero haya surgido del vientre de la «Ciencia», mientras que el segundo se sustente en la teología y la historia. Ambos son mitos, que se entroncan con la literatura, con la capacidad humana de idear e imaginar, y no pueden ser considerados inútiles por cuanto ambos sirven al mismo fin: intentar lidiar con la incertidumbre y con nuestro deseo de explicar los porqués, algo inherente, como efecto secundario, al cerebro que la evolución nos ha otorgado.

Por eso cuando aplico la razón para lidiar con el dolor tras la muerte de Miriam, vuestra madre, la razón se carga de emoción y de construcción de relatos. Mi parte racional lucha contra la intuición creadora de relatos explicativos que trata de trascender. Intento consolarme ante la posibilidad de que podamos volver a encontrarnos, y lo hago utilizando las herramientas que como especie nos hemos otorgado: ciencia, sí, pero también las intuiciones de psicología o filosofía.

Primero me pregunto si puede existir realmente alguna clase de energía que pueda ser identificada como «Alma». Los relatos de tantas personas que estuvieron en muerte clínica y que decían haber visto un «tunel» de luz blanca, y que al «regresar» relataron con detalle lo que había sucedido mientras ellos estaban supuestamente muertos, son demasiados como para no pensar que no debemos descartar a la ligera ninguna teoría.

Es cierto que quienes han tenido estas visiones relatan siempre detalles congruentes con su religión o creencia, como si el cerebro amoldara alguna alucinación con los materiales que tiene a mano. Tal vez pudieran oír y construir mentalmente las escenas como en un sueño. Tal vez sea todo una alucinación, una elaboración de un cerebro en deconstrucción pero, de nuevo, no hay posibilidad de demostrarlo y, por tanto, toda teoría es igualmente posible aunque no todas sean igualmente probables.

Si realmente existe algo que puede «ver» lo que sucede sin usar los ojos, que puede escucuchar sin usar los oídos, que relata «sucesos» ligados a la realidad sensible sin utilizar materiales sensibles, ligados a la realidad, otras preguntas nacen:

¿Qué es ese túnel? Si existe una referencia a algo material como es un túnel, que presupone un «traslado» de un punto (inicio del túnel) a un fin (final del túnel), ¿sigue existiendo el concepto de espacio y de tiempo? Si se traslada, ¿ese «alma» deja de estar en contacto con la realidad material, deja de tener capacidad de ser testigo de las referencias terrenales que antes tenía? ¿Está «en otra parte», ligado al espacio y el tiempo de «ese sitio»?

¿Podrá esa energía o alma seguir observando a sus seres queridos? De ser así, ¿estará limitada por la realidad material y no podrá estar en dos sitios a la vez? ¿podrá desplazarse sin limitarse a las restricciones del espacio? ¿deberá atenerse al paso del tiempo o podrá acechar acontecimientos pasados o incluso futuros?

¿Habrá una reunión de almas o energías en algún punto posterior tras la muerte? ¿podrán reconocerse energías de seres queridos ya fallecidos? ¿No existirá el sexo o los abrazos o los besos o las palabras? ¿Habrá algo inmaterial que los sustituya o simplemente será diferente? ¿Existirán los celos, la lujuria, la envidia, el orgullo o el desprecio?

¿Representará un simple paso a otra forma de existir o un filtro? Un psicópata que hacía sufrir a su mujer, ¿Seguirá intentando hacerla «sufrir» tras la muerte de ambos, utilizando nuevas herramientas no ligadas a la realidad material? ¿Y si un marido enamorado convivía con una mujer que no lo estaba? ¿El «cielo» podrá contentarlos a ambos o continuará la imposibilidad de satisfacer dos deseos opuestos?¿Habrá un cambio tras la muerte que permitiría reconciliar la idea de inmortalidad con la de «merecerla», de forma que hasta los «malvados» tuvieran cabida, o seguiremos siendo lo que éramos? De ser así ¿Por qué o para qué? La moralidad no es más que un constructo que la naturaleza ha diseñado para hacernos pervivir como especie. Lo «malo» y lo «bueno» tal vez no tenga significado una vez desligado de la experiencia material.

Si un hombre se enamora de nuevo, ¿Compartirá en ese más allá su eternidad con dos mujeres?

¿Está reservado ese más allá a los seres humanos y no a los animales? Cualquiera que conozca la hisoria de los primates que aprendieron el lenguaje de los signos y se comunicaron con sus cuidadores albergará serias dudas de que lo que llamamos humanidad no sea más que la exacerbación y perfeccionamiento de algo que se inició millones de años atrás y que ha estado presente en las especies desde siempre, pero a diferente intensidad: los gorilas que aprendieron el lenguaje de los signos terminaban por utilizar construcciones verbales de extrema complejidad, comprendían las metáforas, la sutileza de los adjetivos, demostraban sentido del humor, inventaban nuevas palabras que se adecuaban mejor a una situación y la explicaban con mayor exactitud; sabían mentir y manipular; mostraban amor, deseo, y ansias; las gorilas hembras deseaban ser madres y adoptaban gatitos, a los que cuidaban con celo e infinito amor.

No hay forma de no ver resquicios humanos en ese comportamiento. De ser así, ¿por qué detenernos en los grandes simios? Cualquiera que haya tenido un perro conoce el significado de la palabra lealtad, y el dolor y el gozo no les son ajenos. ¿Nos detenemos ahí? Hienas, leones, mapaches, hamsters, incluso reptiles han mostrado comportamientos que nos hacen dudar de que todo lo que concebimos exclusivamente humano realmente lo sea. ¿Cuál es el límite? ¿Los insectos no cuentan? ¿debemos detenernos ahí? ¿por qué? ¿incluimos parásitos, incluso bacterias? ¿Alcanzará incluso a los virus? ¿Nos atreveremos a incluir a plantas y hongos?

Una vez que la razón elabora estos pensamientos, recordamos que tal vez no sean más que pataleos inútiles porque, tal y como ya hemos comentado, es imposible que la razón pueda comprender lo que sucede en esos recovecos a los que no podemos acceder por mucho que lo intentemos. Tal vez la respuesta a las anteriores preguntas sea sí. O tal vez no. Intentar utilizar los límites patéticos que impone nuestra razón a cualquier explicación que tenga por objeto lo infinito, lo inmaterial, lo que existe tras la muerte es usar herramientas defectuosas. Y con ellas no podemos alcanzar respuestas satisfactorias ni mucho menos hacer afirmaciones rotundas.

Sólo cabe suspender el juicio y entender, a estas alturas, que la fe tiene razón al decir que la razón tiene límites. Algunos entienden esa deficiencia como excusa para caer en las redes de cualquier racionalización, esto es, de cualquier afirmación absoluta ligada a la realidad material, y se quedan con la racionalización de cualquier religión exotérica. No entienden que eso es un contrasentido: no hay forma de explicar los recovecos oscuros de la ciencia porque la razón no alcanza, por lo tanto, no podemos usar la razón para construir relatos que intenten explicar con certeza algo inexplicable. No hay religión exotérica que no sea en realidad una racionalización, esto es, un constructo de la razón. Quién lo diría, ¿verdad?

No hay forma de asimilar ninguna explicación religiosa que se enfoque sólo en ritos y suponer que hemos dado con la clave. Pero, de igual forma, no hay manera de ser coherentes y afirmar que no hay ningún dios o espiritualidad, que sólo existe lo «real», porque eso es de nuevo una racionalización y la ciencia ha demostrado los límites de su capacidad. Un ateo está al mismo nivel de comprensión de la realidad que un fundamentalista de cualquier religión, por cuanto ambos afirman con rotundidad.

No hay forma de entender la experiencia religiosa o trascendental o mística que no sea con un profundo agnosticismo exotérico y una búsqueda de la espiritualidad usando herramientas que nos hagan depender en menor medida de la razón. Nada como las drogas para conseguirlo, por eso todas las culturas han usado drogas como forma de alcanzar una «explicación» alejada de toda racionalización y cercana a una experiencia directa tan comprensible como inexplicable.
¿Un padre escribiendo «tan a la ligera» de las drogas? Sí, claro. No hay mayor peligro que el que proviene de lo desconocido o ignorado. Mejor dicho, de lo que es malinterpretado. La ignorancia y los prejuicios son las herramientas de nuestra perdición. Es el mejor alimento del miedo y de las decisiones erróneas, y yo no quiero que sufráis ninguna de las dos.

Marihuana o LSD no han matado a nadie jamás debido a sus efectos químicos directos (aunque el LSD sí puede propiciar accidentes debido a las alucinaciones que induce), algo de lo que no pueden presumir drogas legales como el tabaco (lleno de aditivos, el que venden las tabacaleras, porque la planta del tabaco ha demostrado nunerosas proipiedades antitumorales) o el alcohol.

Ciencia, religiosidad, espiritualidad, drogas, psicología, filosofía. Debéis comprender estos conceptos para evitar que os den gato por liebre. Durante el 99% de vuestra existencia no echaréis mano de ese conocimiento, vuestras vidas seguirán el curso gris de la conversación superficial y la reunión con «gente maja», pero el 1% que puede marcar las decisiones vitales que toméis, cuando la vida pase a recaudar su impuesto de tragedia y dolor, encontraréis en estas reflexiones una forma de salir menos dañadas del encontronazo con ella.

Un abrazo.

Vuestro padre.

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